En los últimos años, y a través de la psicología positiva, estamos asistiendo a la recuperación de uno de los grandes objetivos de la psicología, la comprensión y promoción de virtudes, fortalezas y emociones positivas que contribuyen al bienestar del Ser Humano.

Las terribles consecuencias de la segunda guerra mundial trajeron consigo la ruptura entre la psicología y la investigación sobre la felicidad, el funcionamiento óptimo de las personas y todo aquello que hace que la vida bien merece la pena ser vivida plenamente.

Fruto de esta ruptura, la psicología adoptó una perspectiva patogénica centrada en el estudio y tratamiento del sufrimiento, del dolor, la disfunción y la enfermedad olvidando, durante mucho tiempo, una de sus grandes funciones, promover el bienestar y potenciar las capacidades que permitan el crecimiento humano.

Podemos decir que la ampliación del enfoque de estudio y tratamiento de la psicología es un hecho, un enfoque global en el que tiene cabida tanto la potenciación de lo positivo como el alivio de lo negativo.

Pues bien, es en este marco de apertura donde podemos situar el denominado Buen Carácter cuyo estudio ha sido liderado por Seligman y Peterson.

Al referirnos al buen carácter estamos aludiendo a una familia de rasgos positivos que denominamos fortalezas y que poseemos en niveles variables. Dichos rasgos se manifiestan a través de pensamientos, sentimientos y acciones; son medibles y modificables a lo largo de la vida y están sujetos a numerosas influencias por factores de contexto. Y ¿cuáles son esas fortalezas? y ¿cómo se llegó a su identificación?.

El estudio sobre los rasgos que constituyen el Buen Carácter llevó al equipo de investigación a hacer un profundo análisis a través de las más representativas tradiciones religiosas, culturales y filosóficas que sorprendentemente encontró seis rasgos positivos universalmente aceptados, seis virtudes universales: Sabiduría y Conocimiento, Coraje, Humanidad, Justicia, Moderación y Trascendencia. El nivel de abstracción de las mencionadas virtudes llevó a la necesidad de concretarlas en un total de 24 fortalezas personales que contribuyen a una vida en plenitud.

La Sabiduría y el Conocimiento engloba a aquellas fortalezas cognitivas que implican el uso y la adquisición de conocimiento; El Coraje reúne a las fortalezas emocionales  relacionadas con el ejercicio de la voluntad para conseguir nuestras metas; La Humanidad recoge aquellas fortalezas interpersonales vinculadas a cuidar y ofrecer amor, cariño y amistad a los demás; La Justicia se  refiere a las fortalezas cívicas que permiten llevar una vida sana en comunidad; La Moderación incluye las fortalezas que nos protegen contra los excesos y La Trascendencia aglutina las fortalezas que forjan conexiones con la inmensidad del universo y proveen de significado a la vida.

Siempre que así lo decidamos y considerando la posibilidad de cultivar las fortalezas  personales, bien podríamos proponernos su práctica, abriéndonos así a la posibilidad de experimentar la felicidad que acompaña a la acción practicada.

Practicar la creatividad y el ingenio, mostrar apertura a nuevas experiencias, aprender algo nuevo, experimentar la comprensión y el espíritu crítico; actuar según nuestras propias convicciones, mostrarnos diligentes y auténticos, poner alma, corazón y vida en cada labor emprendida; amar, presentarnos amables, generosos y compasivos, mostrar empatía y saber estar; tratar y considerar a los demás desde el criterio de equidad, reforzar relaciones dentro y fuera del grupo, practicar el sentido de ciudadanía y pertenencia; perdonar, vivir y actuar con humildad, ser prudente, regular acciones y emociones; apreciar la belleza y la excelencia, mostrar gratitud, divertirse y reírse, generar esperanza y optimismo y cultivar la espiritualidad son, hoy por hoy, las fortalezas que definen el Buen Carácter.